
El último escollo en su ascensión al Olimpo estuvo representado por Fernando González. El chileno, número quince de la ATP y con estatus de estrella en su país, presume de tener la derecha más poderosa y uno de los saques más demoledores del circuito. Un estilo que no beneficia a Nadal, que pese a todo, comenzó el partido con una abrumadora superioridad. Defendió con solvencia su servicio, desgastó al chileno con un doble break y sentó las bases de su victoria en un primer set sin apenas sobresaltos. González respondía al dominio de Nadal con sus saques. Hasta cinco aces logró el chileno, que sin embargo, no pudo hacer nada frente al juego de revés y el despliegue físico del tenista español.
En la segunda manga, Fernando González se mostró más agresivo con su derecha y generó más problemas a Nadal. El chileno, más entonado con su drive, se aferró a sus actuaciones en los enfrentamientos previos contra el balear (tres victorias para cada uno) para nivelar el partido. González buscó con insistencia las líneas, ahogó a Nadal con su golpeo desde el fondo de la pista e impuso su servicio. El encuentro bajó de ritmo y el español perdió intensidad en su juego, aunque logró resistir a las embestidas del tenista suramericano y condujo el set al tie break. Repuesto, pletórico de fuerzas y consciente de la gran oportunidad, Nadal exhibió su extenso repertorio de golpes y asestó una dentellada casi definitiva al partido adjudicándose la segunda manga.
El partido entró en una dinámica muy favorable para Nadal en el último set. Fernando González, exhausto en el plano físico y derrumbado en el psicológico, comenzó a perder la fe en la remontada y cometió diversos errores no forzados. Ante esta tesitura, Nadal se movió como pez en el agua. El mallorquín sacó a relucir los passings que le han encumbrado a lo más alto del tenis mundial y vapuleó a un dignísimo rival. Pese al esfuerzo de González por prolongar su agonía (salvó tres bolas de partido), Nadal minó la moral de su adversario con un gran tenis, un juego de autor, y lo tumbó cada vez que ofrecía un atisbo de levantamiento. El mallorquín, experto en triturar las esperanzas de sus rivales (que se lo pregunten a Djokovic, o a Federer, o a tantos otros), culminaba su ascensión al Olimpo. Una escalada digna del número uno.
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