PUERTO PRÍNCIPE. AFP. Desde hace 20 años Claude Prepetit, geólogo haitiano, predica en el desierto: "Estamos instalados en un polvorín y frente a futuras amenazas sísmicas hay que descentralizar y despoblar Puerto Príncipe". Así lo volvió a repetir actualmente en una entrevista con la AFP.
Menos de un mes antes del sismo del 12 de enero, este ingeniero de la Oficina de Minas y de Energía de Haití advertía en el diario "Le Nouvelliste": "Hemos entrado en una calma aparente durante la cual la energía sigue acumulándose en la tierra y el día en que se resquebraje las consecuencias serán catastróficas para la región".
Durante años, Prepetit recorrió las escuelas y universidades explicando que el lento desgaste de las placas del continente americano y El Caribe conduciría a un terremoto tan inevitablemente como imprevisible.
El geólogo militó en vano a favor de la adquisición de estaciones sismográficas capaces de detectar una actividad telúrica imperceptible para el hombre y previa al gran temblor. "El gobierno lo entendía pero había otras prioridades", explicó, recordando la pobreza del estado haitiano.
El último gran terremoto ocurrido en Puerto Príncipe data de 1770. Según los cálculos de Prepetit, un desplazamiento de las placas de este a oeste de siete milímetros por año a lo largo de la falla de "Enriquillo-Plantain Garden" provoca una ruptura de 1,40 metros en el espacio de 240 años.
"Es matemático, semejante ruptura corresponde a una sismo de magnitud 7,3" en la escala de Richter, advertía, y "tuvimos 7,2" el 12 de enero pasado.
El ingeniero haitiano teme que la falla de 250 kilómetros, que sólo se fisuró a lo largo de 50 km, se quiebre en la zona este de Puerto Príncipe, provocando un nuevo drama.
"Hay que despoblar Puerto Príncipe, donde se amontonan dos millones de personas; hay que reconstruir con tiempo la capital y fijar a la gente en las provincias creando infraestructuras y empleos para que se queden", afirmó.
Prepetit preconiza la construcción de casas y edificios que respeten las normas en caso de terremoto, algo actualmente inexistente, y la creación de programas de educación para la población, más acostumbrada a los huracanes e inundaciones que a los terremotos.
Cuando el pasado 12 de enero a las 16H53 su casa empezó a temblar como una hoja, el ingeniero tuvo un reflejo de profesional y se refugió bajo el quicio de una puerta. Pero en el transcurso de esos interminables 16 segundos prefirió olvidar la ciencia y se dedicó a rezar y a implorar a Dios, según comentó.